lunes, 23 de enero de 2012

Apología de mis desayunos


Para mí el desayuno ha llegado a ser un motivo existencial. Es decir, algunos días al despertar, me siento tan apática de empezar mi día, que para motivarme, recurro a la planeación del menú en mi primera comida: imagino unos huevos a la mexicana, con frijoles, bolillo caderón y por supuesto, café. Entonces siento unas inmensas ganas de vivir. Por el contrario, cuando se dan eso de las diez de la mañana y yo no he ingerido los primeros alimentos, ando de un maldito genio que ni la persona que más me ama pudiera tolerar.

Yo no había tomado conciencia de lo bonito e importante que es el desayuno hasta que viví con
Noemí y Alva  (dos de mis amigas más entrañables); casi siempre compartíamos esa comida los fines de semana, y la mayoría de las veces consistía en huevos caldudos con frijoles refritos y café que preparábamos en una ollita de barro; después, lo mejor, era la infinita sobre mesa con cigarrillos interminables y una segunda o tercera ronda de café cargadísimo y música, mucha música. O bien, si amanecíamos crudas, nos preparábamos un termo con café e íbamos al menudo a comer un rico plato de ese caldo con unos taquitos paseados, cortesía de la casa. Hasta la fecha extraño locamente esos momentos y aún me duele pensar que jamás regresarán.

Cuando viví con J. era muy frío ese ritual, ya que él casi siempre se despertaba a medio día y sin hambre. Yo tenía que desayunar sola o con mi bebé mientras veíamos la tele. Lo interesante con él, eran algunos domingos que para curarse la cruda me invitada a comer tortas ahogadas bien enchilosas, acompañadas claro de su respectiva corona bien fría. Por lo general, nos encontrábamos con amigos que hacían de esa comida un momento bastante divertido y que en algunas ocasiones se prolongaba hasta un nuevo enfieste de legítima espontaneidad.

Pero nada se compara con los desayunos con mis compañeros de trabajo. Por lo general cada quién lleva su propio itacate, mismo que se suele compartir y combinar con el de otro compañero. Mientras desayunamos, analizamos casos, de las noticias, de personajes famosos o de los que estemos investigando en ese momento. Postulamos hipótesis y algunas veces tenemos debates enardecidos que se prolongan por varios días a la misma hora (debido a la limitación del tiempo institucional). Defendemos aguerridamente nuestras teorías favoritas, buscamos bibliografía, discutimos y revisamos expedientes que la mayoría de las veces contienen imágenes sangrientas e insultantes. Analizamos a los victimarios y su modus operandi, estructuramos los perfiles de las víctimas y, mientras todo esto sucede, bebemos mucho café cargado. También nos encanta enchilarnos. Y en el lapso en el que comemos, ingerimos cafeína y nos hiperventilamos el cerebro, llegamos a hermosas conclusiones que podrían ser oro puro para cualquier otro tipo de colega ajeno a nuestra especialidad. Son maravillosos esos momentos y sin ellos, ya habríamos enloquecido dada la naturaleza tan tóxica de nuestros objetos de estudio. Además pasamos más tiempo con nosotros que con nuestra propia familia.

Actualmente en mi vida personal, estoy tratando de resignificar ese momento con mi bebé. Él ahora es muy pequeño, su apetito es variable y aún me cuesta trabajo que se mantenga sentadito por mucho tiempo en la mesa. Así es que solemos desayunar mientras vemos caricaturas. Otras veces, él un poco disperso entre el juego y la comida y yo, atenta bebo mi imprescindible cafecito al mismo tiempo que trato de atraer su apetito platicándole de dónde viene el huevo, la leche y la fruta, haciendo ruiditos de animales y usando como títere al bolillo que ruega por ser ingerido.

Y para cerrar, un lista de mis platillos favoritos para desayunar:

Chilaquiles verdes con frijole refritos


Huevos a la mexicana (aunque me gustan en la mayoría de sus presentaciones), también con frijoles y bolillo doradito.


Gorditas de comal de preferencia de champiñones, aunque también me gustan las de rajas y nopales.


Quesadillas con tortilla recién hecha.


Hot cakes con fresas y mucha miel de maple.


Torta ahogada (hasta el punto máximo de enchilamiento).


Menudo.


Todos ellos, exceptuando la torta, acompañados de su respectivo café americano recargado y que no falte el chile por favor, si no, qué caso tiene.



Foto: de unos chilitos, pequeñitos pero contundentes hasta la explosión.

4 comentarios:

mariana m* dijo...

Qué rico post.
A mí me hace falta una cocina para poder dar rienda suelta a los huevitos, porque soy fan, lo que sigue, de los huevos en casi todas sus presentaciones, de los hot cakes, los wafles, es decir, de todos los desayunos posibles. Podría ser una de mis comidas favoritas. Y sí, el encanto son las personas con quien se pueden compartir a veces. Familia o amigos. Parejas o amantes. Amo desayunar.

Gracias por tan rico post n_n

Mandarina Concupiscente dijo...

n_n Tienes razón, el encanto de la comida consiste en la persona con quien decides compartirla. Aunque a veces comer en soledad también es muy terapéutico. Ojalá que pronto puedas tener una cocinita, la mía es como de juguete, pero no se necesita mucho, la magia viene de una.

el7palabras dijo...

En efecto, gran parte del placer de tomar los alimentos viene de la compañía.

Pasa de repente que ante un banquete magnífico, pero en una situación de estrés o tristeza la comida sabe a cartón o a animal; pero en aquellos momentos de complicidad, de ganas de vivir, de alegría, hasta unos bolillos con frijoles son gloriosísimos.

Mandarina Concupiscente dijo...

Tienes razón 7 palabras, no hay nada peor que compartir la comida en una situación desagradable, así mejor no comer.