lunes, 29 de agosto de 2011

El Síndrome del Taco Frustrado (o De La Tortilla Rota)



El conflicto

Toda la semana pasada mi déficit de atención llagó a su límite, y tuve la extraña sensación de que anduve dejando pedazos de mí en cada lugar que visité. No es agradable, esa sensación de vivir un poco difuminada me perturba, además de que en dos días perdí trescientos cincuenta pesos, un juego de llaves y un monedero muy estimado. Dicen que es el estrés y no lo dudo, sin embargo me causa una terrible impotencia el no encontrar la claridad mínima para ordenar las cosas de acuerdo a su justa prioridad.
Ayer se me rompió la tortilla de un taco y creo que es la imagen perfecta que describe mi sentir, esa frustración entre la satisfacción inminente y la tortilla mojada, rota y castrante que me deja con la boca receptiva y sin recibir. Osch.

La resolución

Inicié el día con una sesión musical de adolescencia tardía y creo que recibí un mensaje existencial. Me urge hacer un viaje en el tiempo, hay al menos un par de cosas que necesito negociar conmigo. Yo ya tengo listas las maletas, solo falta esperar a que pase un incauto “coyote” que me ayude a cruzar la frontera hacia mi sur, de lo demás yo me encargo solita.

Imagen: Elena Kalis

miércoles, 24 de agosto de 2011

La ira femenina




Dicen las estadísticas que los hospitales psiquiátricos se encuentran mayormente poblados por personas del género masculino. Los especialistas de la psicoterapia lo atribuyen a que dichos sujetos se encuentran culturalmente más limitados para expresar sus emociones, especialmente aquellas relacionadas con la vulnerabilidad, tales como la tristeza, la impotencia, el miedo y la frustración, entre otras más. Lo que no ocurre con nosotras las féminas, quienes somos capaces de llorar a moco tendido ante la menor provocación, a quienes no se nos cuestiona la necesidad de apapacho y protección y, sobre todo, a quienes se nos facilita bastante hablar, conversar, platicar, expresar, verbalizar y todo eso, que implique comunicar a cada instante lo que sentimos y pensamos. Ellos, pobrecitos, viven bastante más reprimidos en ese sentido y carecen de semejantes espacios terapéuticos en su vida cotidiana. Por ende, cuando les llega el chingadazo emocional, dicho alud los arrastra directito al psiquiatra, no como una que está muy acostumbrada a convivir con la depre.

Sin embargo las Evas también tenemos nuestro punto de ebullición emocional: la ira. Cuidado con la hembra que se atreve a rozar los límites socialmente impuestos para la manifestación de dicha emoción, porque entonces sí, la explosión sobrepasa, incluso, todo tipo de conducta habitualmente reconocida como propiamente masculina. Ellos desde morritos se van acostumbrando a golpear, patear, gritar y escupir. Sus juegos son bruscos, las peleas son vistas con normalidad y ligereza, incluso como parte natural de su desarrollo, se mientan la madre, gritan en los estadios, hasta al abrazarse se golpean en la espalda, por eso cuando se enojan, tienden a manifestar su agresividad sin tapujos y recurrentemente se mueven en esa línea afectiva de una manera más libre. Pero las mujeres, una vez transgredida la frontera del autocontrol y la ecuanimidad, somos de cuidado. Pues, al igual que ellos con la depresión, enloquecemos ante la violencia y somos capaces de las manifestaciones de agresividad más crueles y sádicas, mucho más, incluso que los varones. Ahí está la pobre de María Trinidad Ruiz Mares, quien cansada de soportar malos tratos de su marido, toma una drástica decisión y se venga haciendo lo que mejor sabía hacer: tamales. Ni qué decir de la Lyndie England, cuya crueldad, según cuentan, sorprendía incluso a sus compañeros de guerra en Irak. Y si de guerras se trata, basta ver la lista de mujeres enfiladas y dueñas de un tremendo poder nazi, y que encabeza la famosa Hermine Braunsteiner-Ryan. Y bueno ya muchos sabemos de la famosa serie de Mujeres Asesinas, que aunque de manera muy, muy comercial, finalmente se basa en una compilación de relatos, cuya finalidad es la de plasmar casos reales en los que el icono femenino muestra una cara opuesta a la social y culturalmente acostumbrada (de abnegación y ternura).
Esto me resulta muy revelador y más ahora que ando tratando de reecontrarme con mis espacios psicoterapéuticos, pues creo que en eso consiste realmente la salud mental: darle a cada emoción su justa dimensión en su espacio y tiempo correcto. La mierda emocional (descartando claro algún trastorno de tipo médico) surge de la falta de claridad y equilibrio entre el pensar, sentir y actuar. Y entonces la inteligencia emocional deja de ser un concepto de tipo “caldito de pollo para el alma” y se convierte en una metodología muy liberadora para la vida. Liberarse de uno mismo resulta el movimiento subversivo más cabrón de todos, pero peor aún, la esclavitud más cruel es la ejercemos siendo nuestros propios custodios.


Imagen: Lylia Corneli

martes, 23 de agosto de 2011

Mi casa




Cuando vivía en la casa de mis papás me gustaba mucho despilfarrar el tiempo encerrada en mi habitación, era mi espacio sagrado. Pasaba horas leyendo, durmiendo, escuchando música e incluso jugando. Sí, hasta edad muy avanzada tuve una especie de amigo imaginario, que ya con todos mis conocimientos acerca de las conductas humanas, supe era indicio de una especie de autismo emocional, que se sigue reflejando en mi maravillosa capacidad para relacionarme con las cosas y con los animales y no así con las personas. La casa de mis padres era y sigue siendo eso: suya, y yo no entendía que por lo mismo, no tenía derecho a cuestionar lo que en ella sucedía. Sin embargo no fue hasta que me enamoré perdida y lujuriosamente, que me nació la necesidad de salirme de ahí, pues lamentaba tanto no contar con un espacio propio para coger, que me desesperaba y me angustiaba, rogándole al cielo la oportunidad de dejar el nido. Peor se puso la cosa cuando comencé con los rollitos de la psicoterapia y sus respectivos divorcios y partos psicológicos, pues entonces sí fue inevitable la separación.


Han pasado ya cinco años de que partí en busca de mi propia morada y sigo buscándola. Ahora comprendo que es mucho más una cuestión interna, que se trata del hogar simbólico que uno es capaz de construir para resguardarse de las inclemencias de la vida. He vivido desde entonces en cinco casas diferentes, todas mías y ninguna mía a la vez, la sigo buscando, construyendo como araña que no encuentra aún las condiciones óptimas para tejer su telar.


Imagen: Elena Kalis