Dicen las estadísticas que los hospitales psiquiátricos se encuentran mayormente poblados por personas del género masculino. Los especialistas de la psicoterapia lo atribuyen a que dichos sujetos se encuentran culturalmente más limitados para expresar sus emociones, especialmente aquellas relacionadas con la vulnerabilidad, tales como la tristeza, la impotencia, el miedo y la frustración, entre otras más. Lo que no ocurre con nosotras las féminas, quienes somos capaces de llorar a moco tendido ante la menor provocación, a quienes no se nos cuestiona la necesidad de apapacho y protección y, sobre todo, a quienes se nos facilita bastante hablar, conversar, platicar, expresar, verbalizar y todo eso, que implique comunicar a cada instante lo que sentimos y pensamos. Ellos, pobrecitos, viven bastante más reprimidos en ese sentido y carecen de semejantes espacios terapéuticos en su vida cotidiana. Por ende, cuando les llega el chingadazo emocional, dicho alud los arrastra directito al psiquiatra, no como una que está muy acostumbrada a convivir con la depre.
Sin embargo las Evas también tenemos nuestro punto de ebullición emocional: la ira. Cuidado con la hembra que se atreve a rozar los límites socialmente impuestos para la manifestación de dicha emoción, porque entonces sí, la explosión sobrepasa, incluso, todo tipo de conducta habitualmente reconocida como propiamente masculina. Ellos desde morritos se van acostumbrando a golpear, patear, gritar y escupir. Sus juegos son bruscos, las peleas son vistas con normalidad y ligereza, incluso como parte natural de su desarrollo, se mientan la madre, gritan en los estadios, hasta al abrazarse se golpean en la espalda, por eso cuando se enojan, tienden a manifestar su agresividad sin tapujos y recurrentemente se mueven en esa línea afectiva de una manera más libre. Pero las mujeres, una vez transgredida la frontera del autocontrol y la ecuanimidad, somos de cuidado. Pues, al igual que ellos con la depresión, enloquecemos ante la violencia y somos capaces de las manifestaciones de agresividad más crueles y sádicas, mucho más, incluso que los varones. Ahí está la pobre de María Trinidad Ruiz Mares, quien cansada de soportar malos tratos de su marido, toma una drástica decisión y se venga haciendo lo que mejor sabía hacer: tamales. Ni qué decir de la Lyndie England, cuya crueldad, según cuentan, sorprendía incluso a sus compañeros de guerra en Irak. Y si de guerras se trata, basta ver la lista de mujeres enfiladas y dueñas de un tremendo poder nazi, y que encabeza la famosa Hermine Braunsteiner-Ryan. Y bueno ya muchos sabemos de la famosa serie de Mujeres Asesinas, que aunque de manera muy, muy comercial, finalmente se basa en una compilación de relatos, cuya finalidad es la de plasmar casos reales en los que el icono femenino muestra una cara opuesta a la social y culturalmente acostumbrada (de abnegación y ternura).
Esto me resulta muy revelador y más ahora que ando tratando de reecontrarme con mis espacios psicoterapéuticos, pues creo que en eso consiste realmente la salud mental: darle a cada emoción su justa dimensión en su espacio y tiempo correcto. La mierda emocional (descartando claro algún trastorno de tipo médico) surge de la falta de claridad y equilibrio entre el pensar, sentir y actuar. Y entonces la inteligencia emocional deja de ser un concepto de tipo “caldito de pollo para el alma” y se convierte en una metodología muy liberadora para la vida. Liberarse de uno mismo resulta el movimiento subversivo más cabrón de todos, pero peor aún, la esclavitud más cruel es la ejercemos siendo nuestros propios custodios.
Imagen: Lylia Corneli
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