miércoles, 21 de septiembre de 2011

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Esta semana cumplí quince días de haberme fugado, llevaba tiempo planeando la partida y la verdad es que no me atrevía por miles de razones que jamás terminarán de ser sumamente fuertes, siempre permanecerían latentes como el amor que siento por ti y por el proyecto imaginario que alguna vez armamos juntos.
Quisiera pedirte una disculpa, más no lo haré; quisiera que entendieras mis motivos, más no lo harás. No soy una víctima, lo sé, sin embargo no veo la posibilidad de regresar a un lugar que me provoca tanta angustia. Decidí no vivir jamás de esa manera, al menos no mientras exista la posibilidad en mis manos de buscar la tranquilidad, ya ni se diga la felicidad. He decidido también renunciar al berrinche sutil que conlleva el estoicismo, y si me disculpo ahora es por aquellos episodios de control y matriarcado que obtiene como ganancia la codependencia, te suelto, te libero, te dejo ir y yo cargo con eso. No te preocupes por el cadáver, me lo llevo, no en la espalda, mucho menos en el corazón, buscaré un cementerio en el que con dignidad descanse.
Te lo juro: a veces se necesita más amor para dejar ir, que para intentar retener a una persona.
Gracias por todo.