martes, 31 de enero de 2012

Mi canción para ti



Hermoso bebé:
Con tu llegada me rompí. Suena fuerte y feo, quizás lo es, más no es tan trágico dado que sigo viva. Además supongo, que ninguna mujer que es madre puede mantenerse enterita como si nada hubiera pasado en su vida. La cosa es que, todos los días trato de pelearme contra esa ruptura, no contra ti, ni contra el hecho de estar contigo. Ahora entiendo porqué los dobles mensajes son tan esquizofrenizantes, entiendo también porqué las mamás somos las principales emisoras de ese tipo de disertaciones. Peor aún, entiendo que quien emite un discurso de ese tipo, lo sufre igual que quien lo recibe. Bebote, es complicado de entender, y a lo que quiero llegar es a que la bronca es conmigo, no contigo, mucho menos con tu luminosa existencia. Pasa que como estoy rota en varios pedazos, quisiera reconstruirme pero no sé cómo, y es muy frustrante no saber e intentarlo diariamente. Pasa también que estamos juntos y conectados, y es muy difícil, casi imposible separar las cosas, las tuyas, de las mías. Y sí, te llevo entre las patas.
Estás por cumplir dos años. Recuerdo vivamente el día que anunciaste tu llegada. Cuando te conocí me desconcerté un poco porque te imaginaba diferente, y naciste de vainilla. Te acostaron a un lado mío y dormimos agotados. Pasamos largos días en el hospital, que se hicieron una eternidad, yo quería ir a casa. El primer mes fue una locura, yo totalmente inexperta, me asustaba por todo, porque no sabía que todos los bebés vomitan, estornudan y lloran sin razón aparente. No sabía cómo bañarte, ni cómo dormirte, ni cómo alimentarte. Aprendí tantísimas cosas en tan poco tiempo, que todavía hoy me resulta sorprendente.
Bebote: no he dejado de aprender cosas contigo. Y sin duda, lo que más me ha costado trabajo es el autocontrol, ponerme freno ante el alud de emociones que me surgen de repente ante el haber tenido que hacer un paréntesis en mi vida (esa en la que no soy sólo tu mamá), responsabilizarme de ti, del compromiso implícito que tengo contigo, de tus necesidades. Es complicado y me siento profundamente sola con eso. A veces creo que soy la única loca que tiene éstas crisis ante la maternidad. Cuando escucho a las mamás de tus compañeritos de la guardería, que aparentan no tener problemas consigo mismas, que viven con sus maridos el sueño de la familia Kellogg´s, que tienen incluso, más de un hijo, y que me miran como bicho raro ante mis cuestionamientos, siento que estoy haciendo todo mal, que yo no debería de ser tu mamá y quisiera regresarte en una burbuja mágica que retroceda en el tiempo sin que nadie salga lastimado. Finalmente ése es el punto, no te quiero lastimar, sin embargo, con el corazón abierto te lo confieso, creo que a veces es inevitable. Por eso Freud dice que las madres somos las fuentes primarias de la psicopatología.
Marcos Emiliano, en tu nombre llevas el movimiento bélico y la dulzura. Jamás imaginé que el primer cambio subversivo lo harías conmigo, en mi interior. Con tu llegada se abrió una grieta en mi vida, esa hendidura me separa de la mujer que creía ser, y por más esfuerzos que hago para no dejarla ir, no puedo, cada día se aleja más y más. El problema radica en que sin ella, no sé quién ser, no sé quién soy, no me encuentro.
Dice el terapeuta que los padres nunca deben pedir perdón a sus hijos por simple orden jerárquico. Yo difiero de esa opinión. Tú no tienes la culpa de nada y los bebés penden tanto del equilibrio de sus padres, que se encuentran en una situación muy vulnerable. Lo siento, de verdad lo siento. Quisiera que me pudieras entender, pero eso no te toca. A ti solo te toca vivir, existir y dejarte llevar por mi contención. Y lo hago, te juro que lo hago lo mejor que puedo ahora, así como estoy, media rota. Discúlpame si me desespero, si me enojo y grito, si me quejo.
Marquitos, te amo, te amo como no tienes idea, no me cabe en el cuerpo el amor que siento por ti y el amor que me embadurnas todos los días. A veces imagino que te pierdo y lloro estúpidamente. Te amo, amo tu existir, todo tu ser. Sólo se trata de que tienes una mamá novata que además no se conforma sólo con ser mamá. Espero que eso lo puedas entender algún día.




Foto: de mi panzota a punto de explotar.

  Ella y ella también fueron mamás en conflicto y escribieron a sus hijos.

lunes, 23 de enero de 2012

Apología de mis desayunos


Para mí el desayuno ha llegado a ser un motivo existencial. Es decir, algunos días al despertar, me siento tan apática de empezar mi día, que para motivarme, recurro a la planeación del menú en mi primera comida: imagino unos huevos a la mexicana, con frijoles, bolillo caderón y por supuesto, café. Entonces siento unas inmensas ganas de vivir. Por el contrario, cuando se dan eso de las diez de la mañana y yo no he ingerido los primeros alimentos, ando de un maldito genio que ni la persona que más me ama pudiera tolerar.

Yo no había tomado conciencia de lo bonito e importante que es el desayuno hasta que viví con
Noemí y Alva  (dos de mis amigas más entrañables); casi siempre compartíamos esa comida los fines de semana, y la mayoría de las veces consistía en huevos caldudos con frijoles refritos y café que preparábamos en una ollita de barro; después, lo mejor, era la infinita sobre mesa con cigarrillos interminables y una segunda o tercera ronda de café cargadísimo y música, mucha música. O bien, si amanecíamos crudas, nos preparábamos un termo con café e íbamos al menudo a comer un rico plato de ese caldo con unos taquitos paseados, cortesía de la casa. Hasta la fecha extraño locamente esos momentos y aún me duele pensar que jamás regresarán.

Cuando viví con J. era muy frío ese ritual, ya que él casi siempre se despertaba a medio día y sin hambre. Yo tenía que desayunar sola o con mi bebé mientras veíamos la tele. Lo interesante con él, eran algunos domingos que para curarse la cruda me invitada a comer tortas ahogadas bien enchilosas, acompañadas claro de su respectiva corona bien fría. Por lo general, nos encontrábamos con amigos que hacían de esa comida un momento bastante divertido y que en algunas ocasiones se prolongaba hasta un nuevo enfieste de legítima espontaneidad.

Pero nada se compara con los desayunos con mis compañeros de trabajo. Por lo general cada quién lleva su propio itacate, mismo que se suele compartir y combinar con el de otro compañero. Mientras desayunamos, analizamos casos, de las noticias, de personajes famosos o de los que estemos investigando en ese momento. Postulamos hipótesis y algunas veces tenemos debates enardecidos que se prolongan por varios días a la misma hora (debido a la limitación del tiempo institucional). Defendemos aguerridamente nuestras teorías favoritas, buscamos bibliografía, discutimos y revisamos expedientes que la mayoría de las veces contienen imágenes sangrientas e insultantes. Analizamos a los victimarios y su modus operandi, estructuramos los perfiles de las víctimas y, mientras todo esto sucede, bebemos mucho café cargado. También nos encanta enchilarnos. Y en el lapso en el que comemos, ingerimos cafeína y nos hiperventilamos el cerebro, llegamos a hermosas conclusiones que podrían ser oro puro para cualquier otro tipo de colega ajeno a nuestra especialidad. Son maravillosos esos momentos y sin ellos, ya habríamos enloquecido dada la naturaleza tan tóxica de nuestros objetos de estudio. Además pasamos más tiempo con nosotros que con nuestra propia familia.

Actualmente en mi vida personal, estoy tratando de resignificar ese momento con mi bebé. Él ahora es muy pequeño, su apetito es variable y aún me cuesta trabajo que se mantenga sentadito por mucho tiempo en la mesa. Así es que solemos desayunar mientras vemos caricaturas. Otras veces, él un poco disperso entre el juego y la comida y yo, atenta bebo mi imprescindible cafecito al mismo tiempo que trato de atraer su apetito platicándole de dónde viene el huevo, la leche y la fruta, haciendo ruiditos de animales y usando como títere al bolillo que ruega por ser ingerido.

Y para cerrar, un lista de mis platillos favoritos para desayunar:

Chilaquiles verdes con frijole refritos


Huevos a la mexicana (aunque me gustan en la mayoría de sus presentaciones), también con frijoles y bolillo doradito.


Gorditas de comal de preferencia de champiñones, aunque también me gustan las de rajas y nopales.


Quesadillas con tortilla recién hecha.


Hot cakes con fresas y mucha miel de maple.


Torta ahogada (hasta el punto máximo de enchilamiento).


Menudo.


Todos ellos, exceptuando la torta, acompañados de su respectivo café americano recargado y que no falte el chile por favor, si no, qué caso tiene.



Foto: de unos chilitos, pequeñitos pero contundentes hasta la explosión.

domingo, 15 de enero de 2012

Mounstros a dieta




En la infancia fui una niña muy temerosa. Todas las mañanas mí mamá peleaba contra mis ataques de pánico para obligarme a ir al kínder, y justo unas calles antes de llegar a dicho recinto, yo vomitaba bilis hasta el llanto. Después, para ir a la primaria en los primeros años, fue exactamente lo mismo. Me daba miedo la gente, me aterraba que me cambiaran de lugar en el salón, que me pusieran a competir, que se me olvidara una tarea, que me pelearan otros niños. Desde entonces siento una profunda compasión e identificación por los seres en desventaja. Y por consecuencia, jamás retrocedería el tiempo hasta la niñez, pues fue bastante tormentosa para mí.

Ahora, a mis treinta y un años, estoy teniendo una especie de regresión hacia ese estadio y no sé qué hacer. El miedo vuelve a prevalecer en mi presente. Es un temor difícil de confesar y tan absurdo, que me siento avergonzada ante mi incapacidad de enfrentarlo. Tiene qué ver con la soledad, con el sentirme vulnerable y responsable de una persona aun más vulnerable que yo.


En mi historial psicoterapéutico, he trabajado muchísimo este tema, sin embargo, estoy convencida de que los ciclos del mundo psíquico, se rigen por leyes parecidas a las de los juegos de video: mientras más enfrentas tus fantasmas y avanzas, los siguientes suelen ser más cabrones. Aunque también una se va haciendo de armas más poderosas para combatirlos. Y ahora, consciente de todo lo que está pasando, no me atrevo a dar el siguiente paso y me angustio, como si yo misma me hiciera una cirugía sin anestesia. Además creo que la realidad no me está ayudando mucho:

Me da miedo estar sola en la noche con mi hijo, pues temo que algo le pase.

Me da miedo que se enferme (mi hijo).

Me da miedo que no me alcance el dinero.

Me da miedo no ser una buena madre.

Me da miedo ya no encontrar nunca una pareja.

Que me explote el boiler.

Que se fugue el gas.

Que se nos meta alguien al departamento y nos haga daño.

Que se vaya la luz.

El silencio nocturno y sus ruiditos inexplicables.

Que alguien lastime a mi bebé.

Yo sé que, estadísticamente, han muerto muchas más mujeres con sus hijos, por consecuencia de la violencia intrafamiliar (de la que sin dudarlo escapé) que por haberles explotado el boiler. Sé que mis temores, como la gran mayoría, son marañitas y trampas de mi cabeza traicionera y auto saboteadora. Sin embargo, me paralizan como en la infancia. Por eso llegué a la conclusión de que lo único que está de fondo es mi inútil negación a ser enteramente una mujer adulta (y madre).

Qué difícil es entonces pagar cada una de las facturas de las decisiones que tomamos. Y aunque no me arrepiento ni tantito de haberme separado del padre de mi hijo, nunca imaginé que mi peor obstáculo sería el enfrentarme a mí misma. A veces hasta he llegado a pensar que lo vivido con J. no fue más que un reflejo de lo mucho que puedo llegar a lastimarme. Aunque darle valor a esa idea, sería como sostener el concepto añejo de la “víctima propiciadora”, que concuerda con la explicación de que si una mujer es violentada, seguramente es porque se lo buscó. Y en cualquiera de los casos, pude salir y sigo viva para contarlo. Con mayor razón podré ir debilitando a cada uno de los nuevos “inquilinos oscuros” que he albergado en mi cabeza. Supongo que solo es cuestión de restringirles el alimento.




Foto: Eugenio Recuenco.

lunes, 9 de enero de 2012

Objetos Transicionales II


De acuerdo a la teoría del psicoanalista Donald Winnicott, los bebés pasan por periodos en los que viven sumamente perturbados ante las frecuentes amenazas del mundo exterior. Más aún cuando, por cuestiones circunstanciales e inevitables, tienen que irse desprendiendo de su madre (quien generalmente es la principal fuente de satisfacciones primarias). Es justo en ese momento cuando se ven en la necesidad de recurrir a un "Objeto Transicional" que toma forma de oso de peluche, cobijita, chupón, etc., con el fin de mitigar la ansiedad que emerge ante la separación del objeto que suele brindar amor y protección. Estos objetos, finalmente son fetiches en los que se deposita la sensación de confort y seguridad.

Yo me atrevo a sostener que los adultos también necesitamos, e incluso recurrimos a objetos que cumplen con esa finalidad, sobre todo ante situaciones tan dolorosas y amenazantes como lo es una separación de pareja. También me atrevo a asegurar que hay personas que aparecen en nuestro camino para fungir ese rol: mitigar nuestra ansiedad, paliar el dolor mientras nos fortalecemos y asimilamos nuestra nueva condición y nos preparamos para la siguiente relación significativa. Después se van, sin que su partida represente un duelo de semejante magnitud al que vivíamos cuando llegaron. Así recuerdo con cariño a dos que tres amigos, que en algún momento me repartieron caricias, besos y música, a sabiendas (implícitamente) de que ése era un encuentro unidimensional, sin profundidad ni posibilidad de trascendencia. Y sé que yo, también lo he sido para alguien alguna vez.

J. me habló, y después de un discurso mareador y dudosamente endulzado, dejó ver entre líneas que empezará una nueva relación. Supongo que su primer objeto transicional ha aparecido. Yo no supe reaccionar y estuve dándole vueltas en mi cabecita durante un día completo. Lloré, sí, mucho. Sin embargo ahora sé que era inevitable, finalmente mi decisión fue tomada con carácter de irreversible y por consecuencia, no hay lugar para la ambigüedad. Pero el dolor…

martes, 3 de enero de 2012

Corazón ácido de granada para esta agridulce Mandarina









En mi nueva casita, que en realidad es un micro departamento, tengo una especie de terraza cuyas características fueron definitivas para que yo terminara enamorada de ese espacio. Siempre había querido vivir en un lugar con terraza para desayunar por las mañanas al aire libre o leer mientras se esconde el sol bebiendo una copita caderona de vino tinto. Ahora que la tengo, estoy tratando de ponerla muy guapa, con muchas plantitas y toda la cosa, y el otro día, mientras colocaba una malla sombra para darle privacidad, me percaté de la existencia de un hermoso árbol de granadas que pertenece al vecino de la casa de abajo y que por su altura, me llega hasta mí con sus bellos frutos colorados. Sentí tanta emoción que corrí a tomarle una foto con el corazón todo alborotado, el motivo: me pereció un excelente augurio.

Por alguna extraña razón llegó a mis manos un librito cuyo tópico es la abundancia, justamente me acababan de invitar a tomar un taller acerca de dicho tema y yo, indignada, cuestionaba el hecho de que existan colegas dedicados a una labor tan fútil ganando harto dinero. Pues total, después de hojear algunas páginas, recibí un mensaje muy revelador: la abundancia tiene como base el placer, sólo aquellos capaces de gozar, tienen el privilegio de recibir a manos llenas las mieles de la vida. No sólo es cuestión de dinero o de tener para comer, sino de disfrutar todo aquello que se tiene, antes de buscar aquello de lo que se carece. Y yo tan quejumbrosa, culposa y exigente.

Primer propósito formal para este 2012: dejar de quejarme y DIS-FRU-TAR lo que tengo, antes de pelearme conmigo misma por lo que no he podido conseguir hasta este momento.

Ni oveja, ni pecadora: no necesito que me cuiden de mí misma.