domingo, 25 de marzo de 2012

La adherencia del fuego.




Si mi problema es la fijación, lo tengo bien sabido desde mi primer beso. Hay que ir con mucha precaución, cualquier movimiento desaliñado puede destruirlo todo. Como lo dije ayer: ya pagué un precio muy alto por temerle tanto a la soledad, por mitificar el desamor.

Cierra la puerta, me digo. Todavía no es momento de invitar a nadie, ni siquiera de visita ocasional, a éstas alturas, todo puede resultar peligroso. Y más ahora que empiezo a sentirme tan sola, añorando una dulce compañía.

La adherencia, el fuego. Ayer simultáneamente al orgasmo, experimenté compasión: qué agente más vulnerante es el cuerpo del otro cuando proporciona placer. Qué intangible el intercambio cuando sólo el lenguaje queda como evidencia.

Hoy me repito con más fuerza que nunca: dijimos que los muertos no regresan y no volverán.



Foto: E_truska




jueves, 22 de marzo de 2012

Concupiscente y cautiva...




Me quiero ir. Salir en plan de fuga. A veces siento como lo que creo sentirá un gay deseoso de ser mujer, esa nefasta incomodidad de estar encerrado en un cuerpo que no es satisfactorio. Yo así, cautiva en una vida que no me alcanza a llenar del todo, me falta movimiento y libertad. ¿Pero a dónde? ¿a dónde ir?

Soy una tramposa, hice gala de mi apellido y rompí con el periodo de abstinencia que me estaba volviendo literalmente loca. A pesar de que agradezco con el corazón, las buenas intenciones de mi amante repentino y fugaz, reconozco con un dejo de tristeza que no ha terminado el proceso de curación y que me saboteo a la menor provocación. No quiero volver a pagar tan caro el precio que cuesta temerle a la soledad. No vale la pena.

La semana pasada tuve un curso con mi criminalista favorito, de ahí surgió de esta volátil cabecita, un cuestionamiento epistemológico que da para proyecto de tesis, estuve tan emocionada que el tiempo se fue sin advertencia y mi corazón palpitó con muchísima fuerza. Me sentí viva y quiero más. Quiero volar.



lunes, 5 de marzo de 2012

El peligroso y adictivo olor de los cabrones...





Un poco por cumplir con mi tarea de psicoterapia y otro tanto por el antojo que surgió al leer a Mariana. Así se dio que invité al cine a un ingeniero cibernético, bastante guapo y demasiado tímido. Días previos a mi aventurada invitación, le había solicitado algunos tips para poderme robar la señal de internet de mis vecinos, que dicho sea de paso, fue solo un pretexto para acercármele, pues el ingenierito en cuestión me llamó mucho la atención desde que me fue a cambiar mi equipo de cómputo en el trabajo. Pues bueno, entre la plática surgió que me diera su número de celular y así fue que el viernes, como a eso de las ocho de la noche, le envié el siguiente mensaje:
“Hola, soy Samantha, éste es mi número. El domingo iré al cine por si tienes ganas de salir de la rutina y acompañarme. Buenas noches”.
Entonces esperé la respuesta, en un lapso de tiempo prudente, y ésta nunca llegó sino hasta la una y media de la madrugada y con el siguiente contenido:
“Hola Sam puedes marcar me por fas tengo la antena”
¿Qué pedo con el informático? Yo opté por ignorar dicho mensaje, debido a la hora en que lo recibí y a lo desarticulado de su composición, pero al día siguiente le marqué y me explicó que tenía una antena para lograr mi objetivo y conectarme gratuitamente a alguna señal de internet, por lo que quedamos de vernos para eso, comer e ir al cine.
La verdad es que la pasé muy bien, me reencontré con una sensación interna muy grata, bonita. Su compañía me hizo sentir en casa. Es muy tranquilo, sencillo intelectual y emocionalmente hablando,  cosa que no me agrada del todo, ya que yo soy una mujer bastante complicadita y me encantan los hombres igualmente complejos porque me hacen sentir más contenida. Sin embargo, recordé algo que me comentó un terapeuta al que yo le explicaba que no me gustaba un muchacho que me pretendía y que era muy buena persona: “ese no te gusta porque no huele a cabrón, y si en verdad quieres trascender en esa área de tu vida, lo que sigue es encontrarte con uno que deje de oler a eso”.
Éste no huele a cabrón, no vive atormentado por sus demonios, es más, ni creo que sepa que existen. Es tan sencillo, tan pasivo, que estuve a punto de huir y ni siquiera concluir con el itinerario dominguero. Pero me dejé llevar y el resultado fue encantador, me atrapó su transparencia. Además, concluí que la mayoría de mis parejas han sido del tipo intelectual y depresivo, y que no he conseguido ninguna ganancia con esas características, mucho menos con el papá de mi hijo, a quien de nada le sirve ser tan “leído” si de todos modos su sistema límbico brota estrepitosamente a la menor provocación.
No tengo ni la menor idea del posible desenlace para esta historia. Por lo pronto, su visita me ayudó a conectarme con la primavera, y ahora ya tengo ganas de volverla a sentir en mi corazón y más aun, en todito mi cuerpo.
Foto: emulando también a Mariana. Árboles muy tapatíos, el Tabachín y la Jacaranda Amarilla. Así de frondoso y alegre quiero ver a mi corazón, ya estuvo de inviernos prolongados para él.

jueves, 1 de marzo de 2012

Dulce estropicio



Los suspiros son aire y van al aire.

Las lágrimas son agua y van al mar.

Dime, mujer: cuando el amor se olvida,

¿sabes tú adónde va?



Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas XXXVIII)


Cuando me separé del papá de mi hijo, pensaba ilusamente que la felicidad me recibiría con los brazos abiertos, que la vida me recompensaría por mi valentía y convicción de estar bien, de ser feliz y, sobre todo, por mi capacidad de salvaguardar  hasta las últimas consecuencias la integridad física y emocional de mi bebé. Pero no. La realidad no funciona de esa manera.  La verdad, haciendo un comparativo entre el antes y el después (viviendo con y sin él), no hay mucha diferencia entre mis estados de angustia, tristeza e incertidumbre. Lo que sí es que el objeto externo, el referente aquel, ha dejado de existir, y al menos eso me permite tener un poco más de control de esta tempestad. También me queda la esperanza de que esto sea pasajero, parte del proceso de readaptación y reconstrucción. Sin embargo ahora comprendo, porqué muchas mujeres no se atreven a cortar de tajo con la situación, entiendo los costos reales, económicos, sociales y emocionales de asumir dicho estropicio. Está cabrón, muy cabrón y aunque en mi panorama de opciones no figura el retorno, a veces me siento tan desesperada que quisiera creer que se puede solucionar, que puedo luchar para reconstruir mi proyecto de familia, pero inmediatamente echo una mirada a mi lista de motivos para haber salido huyendo, y me bastan las primeras líneas para desechar esa tramposa idea y continuar, seguir, con todo y la desesperación, volcándola entonces a mi favor.
Alguna vez en uno de los talleres súper intensos de la maestría, tuve una sesión psicoterapéutica muy significativa  respecto al duelo.  Mi maestro me explicó (muy amorosamente), que en una separación de pareja, siempre hay alguien que tiene que asumir el velorio y el entierro del amor que se ha extinguido, o del que resulta insostenible y requiere de eutanasia. Que alguno, necesariamente, tiene que cargar al muerto y ofrecerle el ritual que le corresponda para dignificar su lugar, el espacio que ocupará para siempre en nuestra historia y en nuestro corazón. Él comentaba que cuando uno de los dos involucrados está dispuesto a asumir semejante responsabilidad, es cuando por fin se logra la ruptura definitiva y sana, por más cruel que parezca para los ojos de quien se resiste  a retirarse.
J. habló desesperado, exponiendo, como siempre, argumentos meramente pragmáticos para justificar mi regreso. Y al escuchar el ultimátum y la negociación vacua que pretendía ofertar, me percaté de que estoy lo suficientemente fuerte para sacar del estado de N.N” a ese amor, y ofrecerle su respectivos ritos funerarios, dignificantes y liberadores.  Estoy lista para asumirlo. Yo cargo con eso.