Me quiero ir. Salir en plan de fuga. A veces siento como lo que creo sentirá un gay deseoso de ser mujer, esa nefasta incomodidad de estar encerrado en un cuerpo que no es satisfactorio. Yo así, cautiva en una vida que no me alcanza a llenar del todo, me falta movimiento y libertad. ¿Pero a dónde? ¿a dónde ir?
Soy una tramposa, hice gala de mi apellido y rompí con el periodo de abstinencia que me estaba volviendo literalmente loca. A pesar de que agradezco con el corazón, las buenas intenciones de mi amante repentino y fugaz, reconozco con un dejo de tristeza que no ha terminado el proceso de curación y que me saboteo a la menor provocación. No quiero volver a pagar tan caro el precio que cuesta temerle a la soledad. No vale la pena.
La semana pasada tuve un curso con mi criminalista favorito, de ahí surgió de esta volátil cabecita, un cuestionamiento epistemológico que da para proyecto de tesis, estuve tan emocionada que el tiempo se fue sin advertencia y mi corazón palpitó con muchísima fuerza. Me sentí viva y quiero más. Quiero volar.
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