martes, 23 de junio de 2009

Thomas, "el canalla Perrota"...


Él llegó desde tierras lejanas, bueno en realidad ni tan lejanas, específicamente vino desde el D. F. O sea que Thomas, alias “el canalla Perrota”, es chilanga banda, es como diría Jaime López, un pachuco, un cholo y un chundo. Su historia es un poco triste, ya que una mujer lo rescató de las calles friolentas y lluviosas de esa inmensa urbe, todo enfermito, flacucho y agresivo. Ella tenía que venir a pasar sus vacaciones navideñas a esta ciudad y decidió meterlo a la jaula en la que traía a los otros tres gatos con los que vivía. Yo para esas fechas me acababa de juntar con J y comenté en una comida de inauguración que deseaba con todo mi corazón adoptar un gatito, por azares del destino estaba presente una persona cercana a esa mujer altruista.










Él llegó un seis de enero, además me encantaba la idea de que viniera de una ciudad a la que le tengo tanto cariño, ya que yo de alguna manera también soy media chilanga. En cuanto lo vi sentí una enorme simpatía por el micifuz, lo abracé y me di cuenta de lo enfermito que se encontraba, pues su aliento olía muy mal y estaba en los huesitos de flaquito, mugrosito y apestoso. Lo llevamos al veterinario y nos dijo que tenía una infección muy fuerte, tan fuerte que no lo podía vacunar hasta que se curara, entonces le dimos medicamentos, cariño, alimento, agua y un arenero profundo para él solito. Poco a poco se fue recuperando, sin embargo tenía un carácter muy fuerte, rebelde y agresivo. No se dejaba cargar, cada que nos acercábamos a él nos mordía y rasguñaba enojado, maullaba fuerte, parecía furioso como que no tenía muy buena referencia de los humanos.






Una tarde en la que J salió, me quedé en casa para recibir al cerrajero, Thomas se asustó tanto con la presencia de ese señor que se escondió detrás de la estufa y se quedó ahí hasta que anocheció, de repente escuché unos chillidos tan fuertes y el retumbar estruendoso de la estufa que pensé que se estaba peleando con una ratota o que se estaba lastimando alguna parte de su cuerpo. Me acerqué y al ver que solo estaba ligeramente atorado quise sacarlo, pero lo tomó como agresión y me atacó tan fuerte que yo pensé que me mutilaría un dedo porque me clavó de tal manera las uñas y los dientes que no me soltaba, la sangre empezó a correr hasta que le di un jalón y se pudo sacar; corrió hasta debajo de la cama y yo me quedé toda lastimada y asustada. Le hablé a J, quien al llegar y ver el sangrerío se imaginó lo peor y ya que le expliqué lo sucedido enfureció tanto con Thomis que lo quería matar. Las mordidas fueron tan profundas que tuve que ir al médico, mi mano se inflamó al doble de su tamaño por la infección que me dio, ardía en temperatura y no la podía mover, pensé que me había roto algún tendón. Me dieron diez días de incapacidad porque mi mano, además con la que escribo, estaba completamente inmóvil. En esos días estaba tan enojada con el gato que ya no lo quería, le tenía miedo, pensaba que él no quería estar con nosotros, que extrañaba la calle, además seguía violento y huraño.








Poco a poco me fui recuperando y después de varios días de distanciamiento, decidí platicar con él, me disculpé por obligarlo a ser una gato casero, le dije que la puerta estaría abierta por si decidía irse, que aunque no estaría en la misma ciudad al menos tenía la opción de regresar a la vida callejera de chichinfla malafacha a la que estaba acostumbrado. Sin embargo se quedó y con el paso del tiempo fue tomando confianza en nosotros, los humanos bípedos, aquellos que muy posiblemente en algún momento de su historia lo lastimaron.




Actualmente somos los mejores amigos, de repente se le sigue saliendo lo cholito, pero es tan cariñoso, que incluso, fue mi coterapeuta en una intervención en crisis que hice en casa.







Post dedicado a todos los blogueros amigos de los gatos.

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