Hace algún tiempo tuve un amigo-amante. En aquel entonces yo no tenía novio y por eso me permití tener encuentros cercanos con él, que era una persona a quien yo admiraba mucho por sus habilidades intelectuales y porque físicamente me parecía muy, muy atractivo. Lo único malo es que era casado y, no cualquier casado, no. Un casado-neuróticamente-enganchado-hasta-el-tuétano-en-una relación-completamente-tóxica. Lo que hacía un poquito más complicado el caso, pues había que mantener cierta distancia afectiva con el fin de evitar salir embadurnada de esa toxicidad. Sin embargo, esto mismo facilitaba que los encuentros fueran completamente lúdicos, terapéuticos y esencialmente terrenales.
La primera noche que pasé con él fue muy agradable porque el susodicho es adicto al playstation y me propuso armar una fiesta temática de videojuegos y cervezas; él especialista en lo primero, yo en lo segundo. Por supuesto que a dicha fiesta únicamente acudimos los dos y lo mejor fue que reí tanto, tanto, que hasta recordé mis tiempos de adolescencia en los que todo era motivo de estruendosas carcajadas. Hubo un juego que me gustó mucho en especial (que además es para niños) en el que yo tenía que guiar a unos patitos para evitar que cayeran a un espantoso abismo o para que no se los comiera un maldito tiburón, pero dado que mi experiencia en los videojuegos se reduce a un efímero encuentro con el Atari, los pobres patitos andaban en chinga estresados sin lograr libarse de los peligros. Fui un fracaso total como mamá pata.
Ya entradita la madrugada comenzó el cachondeo, el detonante fue otro juego de video, cuyo nombre no recuerdo, pero es maravilloso, se trata de un tipo vagando por una ciudad en la que todo puede pasar y todo puedes tener. Pues el chiste es que entramos a un “Table Dance” y escogimos a una mujer pelirroja, después de una acartonado “sexy”, la llevamos al auto para que nos hiciera sexo oral, obviamente que antes de que la chica virtual comenzara, él y yo ya estábamos jugueteando deliciosamente. Y ese fue el principio de una serie de encuentros simplemente extraordinarios.
Lo sorprendente:
1) Él estaba tan bien dotado que tenía que usar unos Trojan especiales, Trojan Mágnum, pues los condones comunes y corrientes no le quedaban ni a la mitad.
2) Nunca había estado, hasta ese momento, con alguien tan divertido. La fantasía no tenía límites, una vez hasta me dejé poner una correa de perro.
3) Dormir con él era increíble, era sumamente cariñoso, como un niño desprotegido que sabe perfectamente acariciar.
Lo decepcionante:
1) Se rasuraba el pubis, cosa que no soporto en un hombre.
2) Pretendía que yo también me rasurara y me mantuviera así.
3) Recibía constantemente llamadas y mensajitos de quien supongo también eran sus “amigas”.
4) Y, definitivamente el factor más determinante, regresó su demonio perpetuo a reclamar el lugar que le pertenecía. Por supuesto que él volvió inmediatamente a sus brazos.
Esta historia no duró mucho tiempo, pero lo suficiente para que yo encontrara en él un objeto transicional bastante satisfactorio. Hace algunos días reapareció, todo indica que su demonio mayor una vez más se dio a la fuga. Con lo que no contaba es que esta vez, yo ya no estoy disponible. Así es la vida.
Imagen: Eugenio Recuenco
La primera noche que pasé con él fue muy agradable porque el susodicho es adicto al playstation y me propuso armar una fiesta temática de videojuegos y cervezas; él especialista en lo primero, yo en lo segundo. Por supuesto que a dicha fiesta únicamente acudimos los dos y lo mejor fue que reí tanto, tanto, que hasta recordé mis tiempos de adolescencia en los que todo era motivo de estruendosas carcajadas. Hubo un juego que me gustó mucho en especial (que además es para niños) en el que yo tenía que guiar a unos patitos para evitar que cayeran a un espantoso abismo o para que no se los comiera un maldito tiburón, pero dado que mi experiencia en los videojuegos se reduce a un efímero encuentro con el Atari, los pobres patitos andaban en chinga estresados sin lograr libarse de los peligros. Fui un fracaso total como mamá pata.
Ya entradita la madrugada comenzó el cachondeo, el detonante fue otro juego de video, cuyo nombre no recuerdo, pero es maravilloso, se trata de un tipo vagando por una ciudad en la que todo puede pasar y todo puedes tener. Pues el chiste es que entramos a un “Table Dance” y escogimos a una mujer pelirroja, después de una acartonado “sexy”, la llevamos al auto para que nos hiciera sexo oral, obviamente que antes de que la chica virtual comenzara, él y yo ya estábamos jugueteando deliciosamente. Y ese fue el principio de una serie de encuentros simplemente extraordinarios.
Lo sorprendente:
1) Él estaba tan bien dotado que tenía que usar unos Trojan especiales, Trojan Mágnum, pues los condones comunes y corrientes no le quedaban ni a la mitad.
2) Nunca había estado, hasta ese momento, con alguien tan divertido. La fantasía no tenía límites, una vez hasta me dejé poner una correa de perro.
3) Dormir con él era increíble, era sumamente cariñoso, como un niño desprotegido que sabe perfectamente acariciar.
Lo decepcionante:
1) Se rasuraba el pubis, cosa que no soporto en un hombre.
2) Pretendía que yo también me rasurara y me mantuviera así.
3) Recibía constantemente llamadas y mensajitos de quien supongo también eran sus “amigas”.
4) Y, definitivamente el factor más determinante, regresó su demonio perpetuo a reclamar el lugar que le pertenecía. Por supuesto que él volvió inmediatamente a sus brazos.
Esta historia no duró mucho tiempo, pero lo suficiente para que yo encontrara en él un objeto transicional bastante satisfactorio. Hace algunos días reapareció, todo indica que su demonio mayor una vez más se dio a la fuga. Con lo que no contaba es que esta vez, yo ya no estoy disponible. Así es la vida.
Imagen: Eugenio Recuenco