miércoles, 21 de diciembre de 2011

Mamá grinch


Siempre he sido media Grinch, pero la verdad, nunca me había pesado tanto esa característica de mi personalidad, como en este año. Me duele no ser la mamá que decora con devoción la casa de adornitos navideños y pone villancicos cada día. Lo intenté, pero todo está carísimo y aun requiero comprar artículos de primera necesidad como un bote de basura para la cocina y el baño, cubiertos y un escurridor de trastes. Mi consuelo es que M. aún es muy bebé y espero que aún no tenga consciencia de mi carencia de espíritu navideño. También espero que el próximo año mi depresión esté superada.

Me frustra que mi aguinaldo y el “mísero bono” (que me dan por arriesgar mi vida y cordura cada día en mi trabajo) no me hayan rendido más que para saldar deudas. Divorciarse sale caro en todos los sentidos, lo peor es que no me alcanzó para comprar la recámara que tanto deseo, tendré que esperar. Al menos tengo un bello lugar para dormir y no como otras, que al armarse de valor el único refugio con el que cuentan es un frío albergue para “mujeres violentadas”. Cuando pienso en ellas, mi corazón se comprime y lanzo al viento mis deseos más sinceros de que les vaya bien en la vida.

Y bueno, en el afán de sentirme mejor, tengo tareas psicoterapéuticas: inaugurar mi casita, apropiarme de ella como una verdadera reina. Así es que haré una pijamada con una amiga y veremos pelis de terror en su compu (ya que no tengo tele), también invité a comer a mis mejores amigos del trabajo y mañana haré una mini posada con las mujeres de mi familia. Sí, lo que sea, hasta pararme de cabeza para rehabilitarme.
Foto: Natasha Gudermane

2 comentarios:

el7palabras dijo...

Señorita concupiscente (ah, qué buen apellido)
casi narra mi historia de grinchéz.

Cuando mi pequeña era muy peque, en esta época, miraba las luces y adornos en todos lados y (según yo) se ponía muy feliz. La cosa era que cuando llegábamos a casa, no había ni una chinche velita, ni una corona, ni ni maiz. Ya ni hablar de árbol.

Así pasaron como tres años, pero al cuarto, cuando empezó a ejercer su libre albedrío, preguntó: "Oye papá, ¿de qué color vamos a poner el arbolito de navidad?" y yo dije: "¿de qué color lo vas a querer?"

De ese momento para acá, adornamos cada fin de año, y dejamos de lado la grinchéz. Bueno... casi.

Al principio fue hasta frustrante, porque no teníamos ni lana, ni gusto, y por supuesto todos los méndigos adornos, carísimos.
Pero fue poco a poco.
Seguro no es la casa más adornada ni la más bonita, pero ver a la chamaca cómo lo disfruta, me hace el momento. Aunque a la mera hora sea yo quien tiene que quitar todo el cochinero y el pobre árbol se vaya de la casa hasta mayo o junio.

Y ya.

Para salir del hoy, lo primero es levantar la cabeza, y veo que usted ya está erguida y latiendo.
Sígale.
No desmaye.
Le echo porras desde acá.

Mandarina Concupiscente dijo...

Muchas gracias 7 palabras, por tu comentario, nadie como alguien que ya tiene hijos para entender estos menesteres. Tienes mucha razón y fíjate que alcancé a reivindicarme con mi pequeño, le compré dos piñatas y hasta la fecha anda loco con ese descubrimiento. Ahora la promesa es para la siguiente navidad, muchos foquitos (que al igual que a tu nena le encantaron los de los vecinos y los de la casa de su abuela).

Una vez más te agradezco tus porras, me llegaron al corazón con mucho gusto.