Aprender a vivir a través del placer es una tarea muy difícil. Esta semana tuve tres inolvidables lecciones que sé, me marcarán para el resto de mi vida, y qué duros estuvieron los putazos.
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Hay días en los que me siento cubierta por una segunda capa de piel, pesada y dolorosa, quisiera que existiera un rastrillo o cera que me la desprenda porque, en serio, no me ha dejado vivir en paz.
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Hace muchos años tuve un novio con el que duré ocho años, la cuarta parte de mi vida, en aquel entonces. Él decidió continuar sus estudios en Alemania y, con muy poco tiempo de anticipación, me anunció su futuro. Y yo, para mitigar el dolor, me armé una fantasía en mi cabecita en la que él padecía una enfermedad en fase terminal, así cuando se fue, imaginé que había muerto para soportarlo. Después supe que había cometido mi primer asesinato psíquico (según términos de Igor Caruso). Ahora planeo mi segundo homicidio.
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Y por otro lado: mis pies en la playa. A pesar de tantas adversidades, me fugué este fin de semana con mi hijo y una amiga, gracias a un golpe de suerte que me permitió ganar este viaje, con motivo del día de las madres en mi trabajo (y que hasta ahora pude aprovechar), regalos de la vida.
1 comentario:
Eso de matar gente, aunque sea en la cabeza, duele. Pero de ahí que nos hacemos más fuertes. ¡Auch!
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