lunes, 12 de agosto de 2013

Feminicidio






Por azares del destino ahora investigo muertes de mujeres. Mi acercamiento a este tipo de fenómenos ha sido paulatino y temeroso: he llegado a pensar que con cada una de las féminas muertas que he analizado, ha ido muriendo una pequeña parte de mí. He transitado por el coraje, la desesperación y la tremenda empatía ante la vulnerabilidad de una víctima. “Es un  proceso normal”, me dicen los veteranos, después dejarás de sentir todo eso. Y yo no sé si lo quiero dejar de sentir, pienso que es lo que me mantiene en la frontera, en mi eje, en mi yo.

En menos de un año, he visto suficientes mujeres muertas, de todas las edades, bajo muchísimos tipos de circunstancias y sus cuerpos, por lo regular, reflejan una historia que nunca terminaron de escribir porque alguien les arrebató ese acto volitivo, salvo aquéllas que optaron por el suicidio.

Y yo, he llegado a una conclusión: no hay peor acto de violencia, que  el de aceptar morir en vida, al renunciar al placer, a los sueños y a una vida libre de violencia.